domingo, 5 de febrero de 2012

Precipitación

Hoy leo en El País un interesante artículo de opinión en el que se destaca la incongruencia de nuestra modernidad que antepone los medios al talento. Antes, alguien con algo que decir necesitaba un largo peregrinar por intermediarios para encontrar un medio de difusión de sus ideas que, en la mayoría de los casos, resultaba infructuoso. Hoy por el contrario, el ámbito de difusión es precursor de la idea. Medios como éste en el que empiezo se encuentran a disposición de cualquiera y, como consecuencia, se puede encontrar de todo, desde maravillosas reflexiones a banales opiniones a veces rayanas en la chabacanería. Se crea una disfunción difícilmente gestionable y que abarca desde los foros más intrascendentes hasta los medios de comunicación pretendidamente serios o que deben estar sujetos a controles con fundamento. Me viene a la memoria un comentario que leí, creo, a Francisco de Ayala en una entrevista -perdóneme don Francisco si no fue usted quien pronunció esas palabras- en el que venía a decir que uno de los errores de la universalización de la enseñanza había sido que, ahora, todo el mundo quiere ser escritor o, incluso, se considera como tal. Algo así como les hemos enseñado a leer y a escribir y ahora todos quieren ser escritores. Compartiendo el espíritu de la crítica mordaz, creo también compartir el íntimo significado que no tiene por qué ser considerado ni antidemocrático ni peyorativamente elitista: no todo tiene que evaluarse de la misma manera ni se le puede dar pábulo por igual a las opiniones de cualquiera. Ese mensaje, desde el punto de vista conceptual, seguro que es compartido por casi cualquier lector: no es lo mismo Rajoy que Rubalcaba; no es lo mismo un catedrático de lingüística comparada para opinar sobre Gramática que un ciudadano que apenas ha cursado los estudios básicos. Ahora bien, lo que a mí me produce perplejidad es que ese filtro que parece casi natural y que seguramente aplicamos todos al fondo no implique un respeto semejante por las formas, las cuales, prácticamente por ellas mismas, podrían servir en muchos casos para hacernos distinguir el crédito que merece su autor.

Ese problema desde luego no es igual en unos medios que en otros. Ciertamente, don Francisco, yo podría fácilmente caer en la categoría de los advenedizos. Pero es por eso por lo que el medio que utilizo es libre y, por tanto, no sujeto a control previo a la publicación; su atractivo tinte democrático lleva consigo el riesgo de que lo que yo diga pueda ofender no ya moralmente, sino incluso estéticamente, a los pocos lectores que barrunto tener. A ellos corresponde ponerme en mi lugar y a su escrutinio me someto. Lo que no me parece igual, sin embargo, es que profesionales de la palabra y la información se comporten con un grado de irreflexión e indolencia tanto conceptual como formal realmente grande y que escapen a los mínimos controles a que deberían estar sujetos en medios de comunicación serios. 

Ayer, también en El País, un artículo me llamó poderosamente la atención por su título y entradilla. No voy a referirme literalmente a ellos porque no vienen al caso. De hecho aparecen noticias y comentarios similares con frecuencia en éste y otros medios periodísticos. Diré, sin embargo, que se trataba de un comentario acerca de la sensación térmica que puede diferir, y de hecho lo hace, de la temperatura. Aparte de lo intrascendente, por común y experimentado casi por cualquier individuo, de la noticia, lo que llamó poderosamente mi atención fue la cuantificación. ¿Cómo se puede saber qué siente el ser humano medio a -20 ºC? Y lo que es más difícil, ¿cómo distinguirlo de lo que experimenta cuando la temperatura es de -18 o de -22 ºC? ¿Qué instrumento de medida capacita al (¿o era la?, no lo recuerdo) periodista para utilizar esas cifras con precisión repetitiva a lo largo del artículo? ¿No se le ha ocurrido ni a él (ella) ni a sus correctores y jefes que lo que es cierto cualitativamente no se puede sostener cuantitativamente, a no ser que se hagan las precisiones oportunas? Toda persona educada sabe que existen dispositivos denominados termómetros que miden una cantidad física denominada temperatura (con independencia de lo que tal magnitud signifique íntimamente para la Ciencia) y entiende que cuando esa cantidad es más pequeña solemos sentir más frío y cuando asciende sentimos más calor. Así, de forma cualitativa. También es común a cualquier ser humano el conocimiento de cómo esa sensación térmica varía cuando otras variables meteorológicas influyen en la comparación: no sentimos el mismo calor ni el mismo frío aun teniendo la misma temperatura en una ciudad húmeda que en otra seca (por cierto, también las personas educadas conocen unos dispositivos denominados higrómetros que miden la humedad); experimentamos calores y fríos distintos un día ventoso que otro calmo (y sí, también hay anemómetros que miden la velocidad del viento). Pero ¿cómo se mide la sensación térmica? y más aún, ¿la sensación térmica de quién?, ¿del ser humano medio, en qué franja de edad, sexo y otras características físicas? En mi casa somos cuatro y no sentimos por igual el frío y el calor, pero es que yo mismo tengo en estos momentos una sensación térmica de lo más confortable en la práctica totalidad de mi cuerpo, gracias a la calefacción de casa, y sin embargo tengo tanto las manos como los pies que bien se podría pensar se encuentran en el Círculo Polar Ártico.

Entonces, ¿qué? Pues simple y llanamente, que me rebelo contra un artículo absolutamente banal cuyo mensaje era de sentido común y que con él solo no habría tenido justificación, pero que se ha trufado de pretendida precisión cuantitativa, absolutamente injustificable, para darle sentido y cabida en un periódico serio. Semejante frivolidad se podría entender en bitácoras libres como ésta, pero no en medios como El País y escrita por un profesional del ramo. ¿No habría merecido la pena un mínimo análisis de lo que se pretendía contar para encontrar precipitado cualquier descripción como ésa con profusión de datos cuantitativos de sensación térmica? Hombre, cuando yo miro mi teléfono inteligente y me dicen que la temperatura es de X grados y que la sensación térmica es de Y, yo entiendo el mensaje cualitativamente, pero no se me ocurre darle pábulo cuantitativo. Pero es que, además, ¡el artículo comenzaba con un error tan burdo como confundir la conjugación del verbo asolar! Hablaba de la ola de frío que nos ha sobrevenido como si se tratara de un albañil que nos pone baldosas nuevas en la vivienda: asuela no es asola, oiga, aunque sus infinitivos sean idénticos. Una joya de precipitación, vamos, por no decir otra cosa.

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