martes, 19 de noviembre de 2013

Dignidad profesional (publicado en Granada Hoy, el martes 19 de noviembre de 2013)


Cuando empezábamos en los años ochenta, no éramos solo los jóvenes científicos quienes con romántica ilusión trabajábamos como burros sin preocuparnos (literalmente) por el dinero, también los que ya rayaban la madurez derrochaban horas de esfuerzo a cambio de sueldos miserables o casi simbólicos, de laboratorios sin equipamiento, de viajes en habitaciones miserables y compartidas, de carreras frustradas casi antes de empezar. Y nadie protestaba en voz alta. Éramos tan ingenuos que hasta nos sentíamos afortunados por ser felices con nuestro trabajo que nos absorbía, nos fascinaba y nos subyugaba, sin pensar que podíamos aspirar a algo más, a una compensación como cualquier otro trabajador. Estar uno o dos años de meritorio, cuando no más, sin percibir un solo duro, era común y aceptado casi con gusto por haber sido uno de los pocos elegidos que podían dedicarse a lo que todos, al entrar en la facultad, soñábamos: a la investigación. Aún recuerdo mi estupor cuando recién llegado a París para trabajar en mi tesis me entero de que iba a haber una huelga científica, con su manifestación y todo, por las calles de la capital. Allí los científicos, además de serlo, además de ser felices ejerciendo una profesión que amaban, ¡se comportaban como trabajadores que defendían sus derechos! ¡Qué avance, qué ejemplo! Aquí permanecíamos con las bocas calladas, no fuera a ser que se nos cortara la posibilidad de trabajar casi gratis. Y de aquellos polvos vienen estos lodos: muchas de las conquistas que los trabajadores alcanzaron durante los ochenta y los noventa del siglo pasado no han empezado sino a atisbarse en el último decenio para los científicos. Además, hemos tenido tan poco peso gremial que hemos sido moneda de cambio —a veces sin casi curso legal— entre ministerios. Da la impresión de que, con honrosas excepciones brevísimas, los sucesivos gobiernos nos mantienen porque se supone que deben tenernos, pero sin una conciencia clara de qué supone la ciencia para un país que aspira a ser desarrollado, sin siquiera sospechar lo que hace tiempo se conoce por ahí fuera: que cada euro que se invierte en ciencia se convierte en varios a medio plazo, pero no como quieren ahora —en una mezcla de desfachatez e ignorancia— que solo se financie la investigación aplicada de producto rápido. Afortunadamente ya no nos callamos. También aquí nos manifestamos y luchamos por sentirnos profesionales dignos. Felices con nuestra tarea pero suficientemente remunerados y con los medios necesarios para progresar. 

martes, 5 de noviembre de 2013

La cosa económica (publicado en Granada Hoy el martes, 5 de noviembre de 2013)

Cuentan que, ya bien avanzada la dictadura, el general Franco preguntó a los americanos (digo yo que no sería él personalmente, pero da lo mismo) qué hacer para avivar la maltrecha economía española. El mismo bulo relata que la respuesta fue sencilla y clara: haz más ricos a los ricos —inyecta dinero a catalanes y vascos— y más pobres a los pobres —posterga a los sureños que ya están acostumbrados—. Y le salió bien. España, eso sí, mucho más y más rápido unos que otros, fue creciendo en indicadores económicos. No sé si esas reglas elementales de rancio y oprobioso arraigo son las que conducen a nuestro ínclito ministro de hacienda a anunciar el comienzo de la salida del túnel tras constatar la subida de la bolsa (dichosos los inversores) y el obsceno incremento de ganancias de nuestros mezquinos y rácanos banqueros y demás alta casta empresarial, mientras que las cifras de desempleo se mantienen (bien gordas, se entiende). Pero parece que Dios los cría y ellos se juntan (bueno, don Mariano fecit). Porque su compañero de economía también parece estar dispuesto a dejar perlas para la posteridad. Después de casi dos años de legislatura, después de que su única mención a una parte de su cartera, la ciencia, haya sido para desprestigiar veladamente las ciencias básicas diciendo que la única merecedora de inversión es la aplicada (la que produce resultados rápidos tangibles), después de diez meses de retraso en la convocatoria del plan de investigación de 2013, se descuelga ahora diciendo que van a evaluar el sistema y a los propios investigadores. ¡Es inaudito! Resulta que tras media legislatura no nos han evaluado todavía. ¡Pero es que deberían haberlo hecho antes de entrar en el gobierno si hubieran sido una oposición responsable y consciente de la importancia de la ciencia! Todavía no saben quiénes somos, qué hacemos, ni cómo lo hacemos. ¿O es que pretenden estimular nuestro rendimiento intimidándonos con el aviso de una evaluación? Señor ministro, los científicos estamos acostumbrados a las evaluaciones. De hecho, no hacemos otra cosa que someternos a ellas. No nos dan miedo. Háganla, pero, a lo mejor, deberíamos evaluarlos a Vds. ¿Qué excelencia puede Vd. exigirnos cuando sus cartas credenciales para llegar a tan alta posición fueron participar como directivo en la quiebra de Lehman Brothers?


No sé qué tiene la cosa económica. Nos han escogido a dos mentes preclaras, dignas de las más altas cotas de la memoria de la oratoria y de la visión política. Suerte para ellos. Infortunio para los ciudadanos.