lunes, 20 de mayo de 2013

Coincidencias (publicado en Granada Hoy el 21 de mayo de 2013)


Me duele en el alma coincidir con los monárquicos como me duele coincidir con el clero, pero he de admitirlo. Ni reconozco el derecho a la familia real para contraer matrimonio con plebeyos, ni comprendo las quejas de los sindicatos cuando protestan por el despido de un profesor de religión divorciado. 

En el primer caso, me río cuando algunas mentes preclaras manifiestan lo arcaico que sería que los eslabones de la cadena sucesoria no pudieran casarse por amor. Niego la mayor: lo que es arcaico es la monarquía y su carácter hereditario. Pero una vez aceptada, la monarquía ha de someterse a unas reglas muy estrictas que destaquen su papel simbólico. Los miembros de la familia real no deben casarse con aficionados sino con profesionales que conozcan y tengan asumido perfectamente su papel, previa consulta parlamentaria, y en ningún caso se les puede consentir ejercer profesiones con ánimo de lucro. Si me apuran, optaría porque los cónyuges fueran adefesios y algo cortos de luces para evitar veleidades que los aparten de su ocupación de floreros institucionales. Príncipes e infantes han de ser funcionarios públicos con sueldo del estado y, al mismo tiempo que gozan de no pocas prebendas, han de sufrir limitaciones por su carácter singular. Y si no están de acuerdo, si acaso aspiran al ejercicio de la ciudadanía libre, ha de ser con todas sus consecuencias, esto es, previa renuncia a lo azulado de su sangre, caramba. 

El segundo caso me parece obvio: la expulsión resulta completamente coherente con la doctrina eclesiástica. ¿Cómo puede alguien enseñar religión católica si se ha divorciado o se ha sometido a un aborto? El mismo obispo que les proporciona el trabajo los remueve de su puesto, en perfecta coherencia con sus creencias. Lo que es inadmisible, y ahí no veo a los sindicatos protestando, es la gracia especial que le concede un estado supuestamente laico a la iglesia para que nombre a su antojo a señores, que no han pasado por prueba de suficiencia alguna, equiparándolos en derechos salariales y laborales a funcionarios que han tenido que superar una dura oposición. Lo que es irritante es que se modifiquen, y a veces hasta se cercenen, los currículos en no importa qué materias importantes, pero ni siquiera se discuta la presencia de la religión en la escuela cuando se la debería erradicar de la misma, tal y como se hace en países civilizados.* Así es que me resulta triste reconocerlo, pero coincido con monárquicos y con clérigos. Terribles coincidencias.

* Este artículo fue escrito antes de la aprobación de la ley Wert. RIP educación. Pobre país.

martes, 7 de mayo de 2013

Los colores del cristal (publicado en Granada Hoy el 7 de mayo de 2013)


Cuando pienso en la historia que nos enseñaban en los años sesenta y setenta, experimento un verdadero cóctel de sentimientos desde el sonrojo hasta la rabia. Sólo se destacaban las áreas menos comprometidas del pasado remoto o los episodios que hablaban de pasajes gloriosos que reforzaban una imagen tan monolítica como falsa de una España maniquea, unidad de destino en lo universal, en la que el lapso musulmán no era sino oprobio y la sacrosanta expulsión de moros y judíos había constituido uno de los mayores éxitos por los que sentirse orgullosos. Por supuesto, las dos etapas republicanas eran mencionadas como de pasada, como verdaderos interludios entre las actuaciones beatíficas de reyes que hoy sabemos absolutos, abyectos o necios. Pero es que además se nos vendía con impunidad que vivíamos en un reino (¡sin rey!) en el que todo gobierno provenía de la intervención divina directa. Y la geografía no podía ser menos. Enorme ahínco en la memorización de accidentes físicos y capitales de países, pero ningún atisbo de discusión relativo a diferencias políticas, no fuera que por estudiar los modos republicanos surgieran en las nuevas generaciones irreverentes instintos contra el orgullo monárquico. Hoy, sin embargo, se emplean dos cursos enteros en conocer que el pico más alto de Lanzarote se encuentra en el macizo de Famara a (nada menos que) 671 m mientras que se ignora por completo dónde se encuentran el Mont Blanc, el Kilimanjaro o el Everest; se dice que el río Ebro es un río catalán que nace en tierras extrañas; o se emplean dos semanas en aprender las líneas de autobuses urbanos de Valladolid. Así mismo, se contraponen ¡en páginas adyacentes y con imágenes del mismo tamaño! a Tanausú y a la reina Isabel I de Castilla cuando, además, no se ha oído hablar de Carlo Magno o Catalina la Grande. Es cierto que los contenidos han disminuido desde entonces, pero no la tendencia al adoctrinamiento con (distintos, eso sí) intereses políticos espurios. Seguimos tal como éramos. Luego, algunos claman contra la educación para la ciudadanía, como si aprender los valores democráticos constitucionales, los derechos individuales y civiles, la igualdad entre sexos, o los comportamientos de mínimo respeto en público fueran verdaderos atentados contra la libertad individual. Por favor, no nos tomen el pelo. Enseñen a nuestros hijos a ser críticos, a juzgar por sí mismos, a no creer en supercherías y a entender que, excepto en ciencia —y a veces también en ella—, “todo depende del cristal con que se mira”.