martes, 25 de marzo de 2014

Yo pecador (publicado en Granada Hoy el martes, 25 de marzo de 2014)

Confieso que he sucumbido al moderno culto al cuerpo. Como tantos otros que poco a poco son legión, acudo asiduamente a la práctica pagana. Protegidos por doctas recomendaciones de facultativos (y no tanto) que nos bombardean con los pretendidos beneficios ya no celestiales sino terrenos para la salud, nos entregamos en cuerpo (seguro), pero casi también en alma, a la moderna religión cuyos templos son los gimnasios. El aire libre se sustituye torticeramente por la sala donde las secreciones epidérmicas y las moléculas ofensivas a la pituitaria se enseñorean del universo más urbano y más urgente. Todo sea por alcanzar el objetivo final: la victoria a la gravedad.

La piadosa frecuencia semanal se multiplica, telúrica, por tres o por cuatro; ¡incluso hay fieles que la multiplican por siete! No valen atajos. No sirven excusas. El sagrado precepto ha de cumplirse so pena de flaccideces aquí y allá, so pena de ominosos aumentos basculares. Esta nueva religión es cruel: las penas se cumplen en vida, no aguardan a periodos trascendentes; pero, supuestamente, los beneficios también se obtienen, endorfínicos, con efecto inmediato. Aquí es donde me surge la duda, donde cometo el pecado, porque mi fe se resquebraja sin asideros más fuertes que los —ya inexistentes— de obtener la gracia divina o los beneficios para el futuro paraíso. Una de dos: o mi hipotálamo y mi hipófisis están ligeramente atrofiados y no reaccionan en grado suficiente al ejercicio físico, aunque sí al resto de actividades que originan esos péptidos del placer, o hay más mito que realidad en la satisfacción obtenida tras el ejercicio físico, como en la promesa de la vida después de la muerte. Mayor placer encuentro yo en la contemplación de una gloriosa curva (que las hay en el gimnasio) o una casi imposible turgencia (que también) que en machacarme literalmente hasta casi la extenuación.

Después de todo, los terrenales profetas, mal que me pese, tienen razón y el ejercicio se me ha convertido en ventajas analíticas objetivas y medibles. Tendré que seguir practicando. Pero entre pedal y pedal, entre pesa y pesa, entre vaivenes y contoneos, se me ocurre que bien podría surgir otra nueva religión: la del culto a la ciencia y el conocimiento en la que sus fieles, igualmente reunidos por voluntad propia, pudieran ser recompensados con los placeres de la matemática y de la física, de la bioquímica y la genética, de la química y la cristalografía, de la arqueología y la historia. Claro está que ese peregrino deseo sí que es un manifiesto pecado.

http://www.granadahoy.com/article/opinion/1737106/yo/pecador.html

martes, 11 de marzo de 2014

La noche del cometa (publicado en Granada Hoy el martes, 11 de marzo de 2014)


Hace veintiocho años, durante la noche del 13 al 14 de marzo de 1986, un buen puñado de científicos e ingenieros se reunieron en Darmstadt, Alemania, en ESOC, el centro de operaciones de la agencia espacial europea, ESA. Iban a presenciar el encuentro de la sonda europea Giotto con el cometa Halley, posiblemente el cometa más famoso del mundo, ese que Giotto di Bondone —el famoso pintor italiano— tras observarlo en persona en 1301, identificara como la estrella de Belén, en su cuadro Adoración de los Magos. La escena iba a ser distinta, pero sin duda también de singular belleza: un ingenio humano se acercaba de forma inédita a un cometa, uno de esos vestigios  (varios miles de millones de años de edad) del sistema solar primigenio que aún hoy en día nos prometen conocer un poco más lo que somos, de dónde venimos y, posiblemente, hacia dónde vamos. La nave iba escudada para protegerse en una severa cita en la que, literalmente, sería barrida por algo así como una “tormenta de arena”, al atravesar la cola del cometa. 
Atrapadas en los hielos del Halley se detectaron moléculas complejas que suministraron información acerca de la aparición de vida en la Tierra, pero, sin duda, lo que más impresionó a la docta audiencia fue la propia imagen del cometa: una roca de unos 10 x 15 km, tan negra como el carbón (apenas refleja el 4 % de la luz que recibe del Sol) y de la que, en vez de encontrarse su superficie prácticamente hirviendo (sublimándose), chorros muy localizados  expulsan material que alimenta la cola. La nave fue literalmente aporreada por el polvo cometario con el que se cruzó a una velocidad de 68 km/s (sí, por segundo, no por hora) y sus escudos se vieron enormemente dañados, así como la cámara, pero se había conseguido. Giotto se acercó al cometa a unos 600 km, apenas la distancia entre Madrid y Barcelona por carretera. 
La hazaña europea de Giotto sirvió de punto de partida para que la comunidad planetaria se embarcara en misiones similares, pero si cabe más ambiciosas. Su sucesora es Rosetta, la sonda que, en unos meses, después de 10 años de viaje ininterrumpido desde su lanzamiento en 2004, orbitará alrededor del cometa Churyumov-Gerasimenko y enviará un dispositivo para aterrizar en su superficie. En ella, o más en concreto en dos de los instrumentos que porta, han contribuido científicos e ingenieros del IAA-CSIC, en Granada, al que me enorgullezco de pertenecer. Pero esa es otra historia que contaremos a su debido tiempo.