lunes, 8 de octubre de 2012

Belleza

Muchas veces había pensado que lo que nos hacía distintos como especie era nuestra inclinación a lo inútil, entendiendo esto como lo no estrictamente necesario para la supervivencia. Nuestro empleo de tiempo y esfuerzos en aquello que puede ser perfectamente prescindible. Desde las fascinantes pinturas rupestres hasta los cuadros más hermosos de los más diversos estilos. Desde los pequeños adornos personales prehistóricos hasta la sofisticación extrema de la alta costura actual. Desde las piezas de cerámica y orfebrería, hasta los grandes palacios y edificaciones. Desde la composición de pequeños poemas y cuentos hasta los libros más complejos. Desde la minúscula cancioncilla popular a la más grandiosa de las óperas o sinfonías. 

La experiencia y el paso del tiempo, sin embargo, han ido moldeando mis ideas. Si alguien me pregunta hoy por la característica más importante del ser humano, por esa nota diferenciadora con respecto al resto de las especies animales, yo respondería con una sola palabra: belleza. La capacidad de experimentar conmoción y estremecimiento que nos produce lo bello son verdaderamente inefables. Las sensaciones, ora de serenidad, ora de arrebato voluptuoso, que acompañan la contemplación de lo que consideramos hermoso son sin duda nuestra característica singular. Pero a mí me importa más si cabe nuestra habilidad (de unos más que otros, bien es cierto) para crear y para transmitir la belleza, para hacer partícipes a los que nos rodean de que algo es bello. Esa triple vertiente de apreciación, creación y transmisión de la belleza, en el grado alcanzado por el ser humano, es potestad única de nuestra especie. 

El arte sería el paradigma de lo inútil pero aparentemente imprescindible para el hombre, a tenor de lo que observamos. Nos sentimos casi conminados por el destino a crear objetos que van más allá de la utilidad y que dan sin duda contenido al concepto estético. Lo verdaderamente importante en ese ejercicio humano es el revestimiento, la forma. El fondo, el contenido, puede llegar a ser importante por su utilidad como observación experimental, pero ello puede ser alcanzado en mayor o menor medida por algunas especies superiores de primates o algunos mamíferos marinos. El ornamento, el mensaje de belleza que acompaña a los más grandes monumentos intelectuales de la humanidad (y aquí incluyo los manuales, por supuesto) es lo que verdaderamente los eleva a tal categoría. El tema de una gran ópera puede ser trivial o banal como la mayoría de los de las clásicas lo son. Es su envoltorio dramático y musical lo que la hace eterna. Es esa sensibilidad transmitida siempre de forma distinta por cada intérprete la que la sublima. La historia de una novela puede ser insustancial pero la elegancia, el encanto de su prosa la puede convertir en bella. La escena de un cuadro o una fotografía, el argumento de una película pueden ser irrelevantes y, sin embargo, la mirada del artista los convierte en verdaderas experiencias gozosas para el espectador. Yo he sido tan afortunado que he podido contemplar en vivo bellezas naturales como el Cañón del Colorado pero he de reconocer que en gran medida me parecen más admirables algunas fotografías o películas del mismo que su mera contemplación directa. Puedo decir  que prefiero las intervenciones de César Manrique en su tierra que la propia isla de Lanzarote. Puedo decir que yo que soy inexcusablemente heterosexual encuentro más bello el cuerpo masculino que el femenino tras la contemplación de las arrebatadoras esculturas de la Grecia clásica. Es esa interpretación humana lo que convierte en bellos los objetos tanto tangibles como intangibles. Es esa comprensión, esa creación, esa comunicación de la belleza lo que nos hace humanos.

Pero es que el asunto no acaba ahí. La belleza no es exclusiva del arte. La mera contemplación y comprensión de la naturaleza, tanto animada como inanimada, tanto de la Tierra como del Cosmos, nos ha resultado sobrecogedora desde los albores de la humanidad. Y ello no ha sido por su interés evidente para la mejora de nuestras condiciones de vida, no. Ello ha sido también movido por una búsqueda impenitente de la belleza. Puede que muchos no lo sepan, pero la emoción que supone comprender algunas conclusiones del álgebra o de la lógica matemática (ya le gustaría a uno conocerlo todo), entender cómo se genera la energía de una estrella o el efecto de sus campos magnéticos en la radiación que proviene de ella, acercarse mínimamente a las leyes de la genética o siquiera sospechar las razones que hacen a una disolución exotérmica y no endotérmica, es verdaderamente una emoción estética en toda regla. Puede que muchos no lo sepan, pero en lo más básico la física teórica no es sino una búsqueda de conservación y rotura de simetrías. Puede que muchos no lo sepan, pero uno puede llegar a darse cuenta de que una ecuación no ha sido resuelta de forma correcta simplemente porque el resultado no mantiene ciertas  propiedades de simetría puramente formal. Increíble: sólo lo bello puede ser cierto en el universo de los humanos. Y sí, si esos humanos que hacen Ciencia persiguen lo mismo y utilizan lo mismo que los que dedican sus esfuerzos al arte, podemos comprender de forma palmaria la futilidad de calificativos diferenciadores como "de letras" y "de ciencias"; se nos hace evidente la ignorancia que esconde calificar de "Humanidades" todas esas disciplinas artísticas por contraposición a la ciencia. Puede haber cosas útiles y bellas. Lo que nos distingue a los humanos no es lo inútil, lo que nos hace singulares es la belleza. Puede que otras especies a su modo también transmitan belleza. Mi ignorancia en materia de etología me impide conocerlo, pero, en caso de ser cierto, ello no será sino una bella muestra más de la evolución.