lunes, 13 de enero de 2014

Tristeza (publicado en Granada Hoy el 14 de enero de 2014)

La tristeza que embarga a cualquiera que en esta piel de toro se aproxime mínimamente a la historia para compararla con la realidad política es tan común que no ha habido quizá un sentimiento más hispano, más repetido al cabo de los siglos, más inscrito en nuestros genes, que esa melancolía, esa nostalgia por las oportunidades perdidas, esa mirada desconsolada envuelta en lánguidos párpados que descienden cuando a la gravedad se le unen la actualidad más descarnada, los hechos más crudos. Bueno, quizá la vileza de la envidia y el rencor sea también digna de destacar en nuestro acervo sentimental común, pero esa es otra historia que comentaré en el momento oportuno. El pesimismo y el desasosiego que lo acompaña, la desmoralización ante un futuro cada vez más cierto de retrocesos no se convierten en toma de conciencia y rebeldía civil. La aceptación sumisa de lo que presenciamos cotidianamente: el abuso del poder otorgado por la gracia de Dios en unos casos, usurpado por la fuerza de las armas en otros, e incluso conferido por el escrutinio de las urnas últimamente, resulta en desencanto paralizante que es a la vez vergonzoso y vergonzante. La bipolarización continua para todo y en todo momento; esas dos españas del poema, que parecen ser válidas hasta para hacer de comer, cuando en realidad solo deberían reflejarse en algunos —pocos— aspectos concretos de actuación, son inaceptables y, sin embargo, cada vez más presentes (“cuando ganemos nosotros, os vais a enterar”). ¿Cómo aceptamos estoicamente la periódica vuelta a la carcundia más abyecta e indigna? ¿Cómo siquiera puede alguien anhelar el regreso de la directriz divina en lo que resulta la renuncia más clara al propio libre albedrío humano?


Cuando miramos no tan atrás encontramos políticos decentes, cultos, intelectuales comprometidos y moralmente armados que obtenían la auctoritas por sus ideas y sus escritos antes que la autoridad en el Parlamento y que incluso eran capaces de renunciar al triunfo aplastante por cuestiones de conciencia. Cuando observamos ahora, solo encontramos la zafiedad de politicastros bien engreídos, bien desdeñosos, ora pérfidos, ora melifluos, que parecen no haber leído un libro antes de ejercer el poder —por muchas oposiciones que hayan aprobado— y que, sin embargo, se entregan con fruición a firmar (no sabemos si a escribir realmente) libros en cuanto descienden del peldaño del oropel para encaramarse a la tarima del dinero. La tristeza, conciudadanos, es mayúscula.

1 comentario:

  1. JCTi tiene más razón que un santo. Esto está que arde (simbólicamente, claro). Las dos españas y el transformismo son dos muestras constantes muy curiosas; la primera un dualismo que socioculturalmente nos machaca; la segunda, la supervivencia de la vida política. Para el dualismo, más cooperación (medicina: consenso); y, para el transformismo, más democracia (medicina: democracia funcional).

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