martes, 17 de diciembre de 2013

La satrecilla valienta (publicado en Granada Hoy el martes, 17 de diciembre de 2013)


Mientras que era una mediocre estudianta, la irrelevanta niña, que en realidad quería ser cantanta, vivía pendienta de lo que hacían las demás. Su madre, garanta de todas aquellas costumbres que mantenían a sus vecinas maliciosamente expectantas, la hacía observanta de unas reglas cuyo único motivo era anular su propia expresión personal. Eran clientas de un estilo y unas formas marcadas por otras. Para ella, ser eleganta significaba seguir la moda de sus semejantas, con una actitud servil que resultaba hilaranta para cualquiera. Lejos de ser valienta, la niña, silenta, se mantenía en ese segundo plano gris que ella, poco a poco, sentía como una situación indignanta. La reacción consentidora y displicenta de sus amigas ante lo que ella veía como actitud humillanta de sus docentes y docentas la iba convirtiendo poco a poco en rebelde (o rebelda). No podía consentir que se las tratara a ellas distinto que a ellos con dos varas diferentas de medir. 

Los meses pasaban, las cambiantas estaciones transcurrían, los años se sucedían sin que aquella situación alarmanta cambiara. La niña creció hasta que por fin, un día, siendo adulta, comenzó una serie de pacientas conversaciones de las que salió presidenta y concluyeron dónde estaba la raíz de los problemas: en el diccionario, en esas acechantas palabras construidas en completo menosprecio de la condición femenina. Entonces, como si por ensalmo el cambio de términos conllevara la liberación que, anhelantas, esperaban, comenzaron a exigir que donde siempre se había dicho juez, aquellas vezas que se trataba de ellas se dijera juezas, que las nuezas recuperaran su femenina condición, que no se hablara solo de peces sino también de pezas y que hasta los excrementos humanos fueran hezas. 

No se debía hablar solo de generales sino también de generalas, no solo de coroneles sino también de coronelas, no solo de comandantes sino también de comandantas, no solo de tenientes sino también de tenientas, no solo de cabos sino de cabas, no solo de soldados sino de soldadas. Ya no solo existirían concejales sino también concejalas, no solo animales sino también animalas; las cosas dejarían de ser reales para ser realas. De aquel momento en adelante habría que redactar con una dualidad de género, imposible de mantener en la mayoría de los casos, pero que, a pesar de su inconsistenta redacción, indicara al mundo la sensibilidad palpitanta del orador u oradora. 

Y así acabó la historia: ya éramos todos  (y todas) iguales (e igualas) pero no nos entendíamos. Genial, geniala.

2 comentarios:

  1. Te ha faltado poner alguna arroba (@) ;-)
    Concejal@s, que también las he visto.

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  2. Me temo que un comentario no puedo decir todo lo que quisiera. Es claro que el texto ironiza y exagera la cosa... La movida social no tiene puertas, aunque se pueda equivocar en el planteamiento. Mejor nos iría si no hubiese Academia de la Lengua, porque en esto nadie tiene que dar permiso para decir las cosas como quiera. Por engorroso que sea el lenguaje, hay que reconocer que algo ha hecho en la mente de más de uno (no de una), como también hay que aceptar que lleva consigo hegemonía de pensamiento. Desde luego, si yo fuera mujer, con seguridad sería más duro en mis mismas palabras que lo hago al ser hombre. Creo que el problema requiere un guiño al contexto en el que se cultiva. Quién sabe si los críticos inteligentes nos han colado una estrategia tipo-anuncio-para-que-todo-el mundo-hable-de-él.
    ¡ Feliz año JCTi !

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